Epílogo Final Fantasy La Fuerza Interior
Extraído del libro FF: La Fuerza Interior. Publicado por TIMUN MAS
Tardó un buen rato en escalar el cráter hasta llegar donde estaban el Doctor Sid y la Boa Negra. Le dolía el hombro y estaba sangrando por diversas heridas. Pero tenía que salir de allí.
Volvió a mirar hacia el interior del cráter. Tendrían que regresar en busca del cuerpo de Gray para enterrarlo como se merecía, como un héroe. Pero ya habría tiempo para eso.
Finalmente, llegó a la cima y se sentó para descansar en el firme afloramiento de roca que sobresalía como un mirador hacia el cráter. Poco a poco, el sol emergió de detrás de unas nubes. El cañón Zeus había hecho más profundo el agujero del cráter y había destruido el asteroide en el que habían llegado los alienígenas. Aunque entonces el cráter no parecía estar tan muerto ni tan en ruinas como cuando Gray y ella habían descendido por él.
Un halcón volaba en círculo por encima de Aki. Su grito le hizo levantar la cabeza y contemplar el precioso cielo azul. Ya no había nubes y el sol resplandecía en lo alto. No daba el calor del sol alienígena, o el del sol desértico, pero sí emitía una calidez placentera y vivificadora. Le sentaba bien.
Bajo sus pies, una planta salía por debajo de una roca, brotando con tanta rapidez que la podía ver crecer.
Miró alrededor. Volvía a haber toda clase de vida; florecía como si emanara de la tierra. Incluso en el cráter había hierbitas verdes que nacían de la tierra yerma que tan solo unas horas atrás había soportado la ira de la Gea de un planeta entero.
El halcón volvió a gritar por encima de su cabeza, recordándole que tenía que continuar para acabar lo que debía hacer.
-Ya voy- dijo poniéndose en pie.
Unos cuantos metros más allá, el Doctor Sid salía por la escotilla de la Boa Negra. Se arrodilló y examinó la tierra. Incluso desde aquella distancia, Aki pudo ver la alfombra verde que brotaba alrededor de la nave. Tenía que admitir que, después de tantos años preocupándose porque la matara un Fantasma, se le hacía extraño caminar por el exterior con tanta tranquilidad, y todavía más extraño era ver cómo la hierba y las plantas crecían de forma natural.
No le cabía duda de que a todo el mundo le costaría mucho volver a aprender a ir a pasear al campo y al monte sin miedo. Pero un día, la raza humana saldría del cascarón y viviría la vida que les estaba ofreciendo el planeta.
Gray había hecho un gran regalo a la raza humana. Les había devuelto la vida.
Estaba claro que la muerte no era el fin. En el caso de Gray, había sido el principio.